Caminaba, y mientras lo hacia, escuchaba todas aquellas voces gruñir. Gruñían despotricando contra ese hermoso y bello cielo: “¿Por qué me refleja tan gorda?”- decía una sudorosa y desagradable mujer mientras esperaba el colectivo conmigo.
Mientras esta señora se quejaba de lo que ese reflejo era capaz de mostrar, pude notar que se había descalzado. Hizo mención de que sus piernas llenas de varices <<“y de pozos de celulitis”- pensé por dentro, que aunque no podía enderezarme para verlas, las sentía>> no le habían dejado dormir en toda la noche. Así que justificó en reiteradas ocasiones sus comportamientos.
Yo, que no podía enderezarme para percatarme a lo que la mujer se refería solo me dispuse a escucharla hasta que el colectivo hizo la parada.
Una vez arriba ya, me ubiqué en un asiento donde pudiera contemplar aquella fúnebre belleza que despedía la intemperie <<“tampoco lo busqué tanto. Sólo agarré el primero que vi vacío cerca de las ventanillas”>>. Toda esa escena me provocaba vómitos, pero sin embargo no podía dejar de contemplarla.
De repente se oye un agradable eructo proveniente de mi compañero de viaje. Era un adorable anciano, despojado de todo su comedor y que al hablar solo despedía con énfasis un rio de jugosa saliva con olor a ajo. Aparentemente el señor quería que le escuchara eso que tan importante tenia para decirme. Mientras, señalaba como con tristeza el cielo. Parecía desconforme con algo de él.
Como siempre <
-“Paramos acá Aghatho. Bájese que lo están esperando con unas hermosas cobijas y muchos ancianos amigos les contaran sus aventuradas juventudes con su cocoa caliente todos los sábados de su vida a partir de ahora”- se acerco una figura encorvada de la parte oscura del bondi, y tocándole el hombro al anciano, se lo dijo mientras largaba una sutil carcajada por la concavidad que provocaba su dentadura sonriendo.
El colectivo sigue el camino, y me dispongo a bajarme en la siguiente parada. Para eso voy hasta el final del vehiculo y cuando me dispongo a apretar el botón de la parada sube una señora embarazada. Yo me pregunto: ¿Por qué nadie le cede el lugar?” Y es donde saco toda mi generosidad de adentro y le ofrezco “mi lugar”<
A partir de esos momentos comencé a tropezarme, chocarme, pelearme con la gente, hasta llegue a escupir a uno en el ojo. Todo transcurría tan veloz. Ya miraba el cielo de otra manera. Ese reflejo no era el mismo. Había cambiado. Pero continué mi camino sin darle tanta importancia, estaba apurado.
Luego de un largo trecho hago mi bajada. Camino un par de cuadras y me acuerdo de que me había olvidado qué iba a hacer. En eso siento un fuerte dolor de abdomen. Era increíble. Continuaba viendo el cielo. Un cielo que se había tornado brilloso de golpe. Un brillo que me enceguecía. Y yo cargándome de una ternura tan melosa que hasta me daba asco a mi mismo ya.
Ese dolor no cesaba. Ahora se le sumaba otro, un fuerte dolor de mamas. Rápido pensé que podía ser alguna especie de cáncer que me estaba atacando, relacionándolo con las protuberancias que habían estado preocupándome desde hace mucho en la zona.
Asustadísimo ya, y con el cuello entumecido de tanto mirar al cielo corrí hasta el hospital más cercano. Me hice revisar en la guardia del sanatorio, continuaba apurado. Como exaltado.
“Tranquilo sr usted con esto…”-me acerca una jeringa con un liquido verde- “…podrá tranquilizarse, para que nosotros preparemos el quirófano” – Me dijo el doctor que guardaba un aspecto bastante grotesco. Sus manos parecían las de un albañil o las de un fontanero. Sobre todo por el detalle que guardaban sus uñas. Todas llenas de mugre.
No tuve tiempo a la reacción, y de alguna manera me entregue a los efectos de aquella droga gelatinosa.
Al ser despertado por un chillido de neonato, pensé por unos instantes que había vuelto a nacer. Todo me recordaba a aquella sala en la que recibí incubación. Era tan blanca que la claridad me quemaba la visión. De repente la silueta de una enfermera<
¿Primerizos?<
En fin, en lo que iba de mi reflexión se acerca la enfermera”, por no decir travesti - enfermera <
Yo ya no entendía nada. Pero tenía una enorme armonía encima. Ya no estaba corriendo, podía contemplar el cielo, me habían dejado de sucumbir los dolores, y ya no tenia nada de que angustiarme o molestarme; solo armonía y paz. Y ese cielo.
En esos momentos levanto el pincel y luego del trance me digo a mí mismo: “Que hermoso cielo que he pintado”…
Y debajo una frase subrayada de un libro de efemérides…
“El arte es el reflejo del mundo.
Si el mundo es horrible,
el reflejo también lo es” (Paúl Verhoeven)
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