24 feb 2011

Las Nenúfares de Monet

Lo que escribo acá es una reflexión suscitada por las intensidades que atravesé durante la lectura de algunos textos de la materia, además de algunas pasiones que están girando alrededor mío, como así también experiencias que viví en estos últimos meses.
En lo que a los subtítulos respecta creo haber hilado entre tema y tema, concepto y concepto, de una manera tal que la cohesión y la coherencia no subviertan la reflexión de lo que quiero contar. Son solamente intensidades recorridas por las lecturas realizadas de la materia. Espero que le guste y que le sirva para algo.

“Las Nenúfares” – de Monet y su jardín a la hiperrealidad de “la nada” misma.





¿”Referencia”(¿?) del cuadro en video?

“Mami, estuve allí. Estuve allí, en serio. Créeme“.



Sabemos que hoy en día la simulación no es la recreación del doble, gracias a un camino iniciado por Benjamín en su “la obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica” que desemboca en los finos y justos conceptos de Baudrillard. Decimos que el simulacro es en sí y en pos de que existe otro: diríamos algo así como un Hiperrealismo. “El territorio ya no precede al mapa, sino que el mapa será quién preceda al territorio” . Y es que aquellos cartógrafos intentan hacer coincidir “lo real” con sus modelos de simulación.
Voy a hacer referencia en este texto a una particular historia de un pintor que logró recrear un simulacro, en el patio de su jardín y bajo la sutileza de sus oleos. Pintor de una cuestión casi metafísica que hoy se muestra sobre amplios paneles en el Museo de la Orangerie de las Tullerías, en París, Francia. Lo interesante es que en esas pinturas no se trata ya ni del mapa, ni del territorio, la alusión que recrea es totalmente independiente de cualquier modelo al cuál se pensó hacer alusión en un principio. Dentro de la razón principal del artista, a la hora de hacer la pintura misma, podemos decir que:


Se perdió la diferencia soberana entre el concepto principal (la idea a representar algo o territorio) y otro que producía el encanto de la abstracción (lo representado en el lienzo o mapa)”. Fue el encanto de un territorio simulado lo que cautivo a Claude Monet a pintar a “la nada” en su serie de “Los Nenúfares”.


Y es que Monet pasó casi toda una vida recreando “la nada” directamente desde una matriz aparentemente “real”, para él, de los nenúfares del estanque de su jardín en Giverny. En efecto, en 1890 Monet había adquirido una casa en esa localidad y en su jardín construyó un puente japonés sobre un estanque que había mandado a hacer. El estanque estaba repleto de nenúfares. Estos jardines suelen denominarse popularmente como <>. El concepto que engloba a la obra de Claude Monet era, que después de vivir el resto de su vida contemplando ese estanque en todas sus perspectivas, iba a acostumbrarse tanto a sentirse en “la nada” que la iba a poder pintarla implícitamente en esa serie “Las Nenúfares”. Eso era: el acostumbramiento a “la nada” y nada más. Partamos de eso y de que “la nada” es la ausencia de todo para continuar la siguiente cuestión.

La composición de Monet es un hiperreal producto de una síntesis de modelos combinatorios en un espacio recreado para “ese” encuentro con la idea de “la nada” que para ese entonces tenía Monet: El que el acostumbramiento a “Las Nenúfares” iba a traerle esa cuota de luz impresionista que pintaría en su obra (metáfora que irónicamente lo hace metafísico al asunto: la voluntad de captar el reflejo de su acostumbramiento en su sentimiento de “la nada” como ausencia de lo todo). Vale aclarar que al decir “ese” no hago referencia a las póstumas reproducciones técnicas que de esta pintura se extraen. Solamente me refiero a “ese” original producido por Claude Monet. En ese caso tendría que hacer otro tipo de evaluación del simulacro y como no viene al caso con respecto a lo mío en este trabajo, no voy a hacer más que esta mención.

La idea implícita de Monet era aniquilar a “la nada”, a la ausencia de sentimiento acondicionado en un cuadro inmenso que envolviera dos salas completas del Museo de la Orangerie de las Tullerías ¿Por qué digo aniquilar a la nada? En una anticipación a la idea dominante e implícita en la era de la simulación (la de aniquilar las referencias con la emergencia de la reproducción) Monet buscaba reproducir “la nada”, proponiéndose aniquilarla, en su serie de “Las Nenúfares”. Cuestión, que sin darse cuenta, y a raíz de que ya había empezado a simular a “la nada” en la construcción de su jardín se enfrento con el lienzo vacio para pintar su cuadro y se termino destacando con sus explicaciones en los medios de la época: la cual desembocaría en la aceptación popular de que Monet había pintado a “la nada y nada más.

Ya no se trata de imitación de la técnica impresionista misma, porque sería imposible de representar, para un delegado de este movimiento como Monet, solo los efectos de “incidencia de la luz” en el costumbrismo. En este caso, en “esta nada” se intenta buscar a partir de la costumbre del artista algo más, algo quizás más sublime. Quién se ata a ver todas las mañanas, las tardes, las noches de su vida la misma escena durante el resto de su vida. Pero en esa búsqueda sensible del artista encontramos que su exploración podría responder a los cannones impresionistas en su técnica quizás (el hecho esta en las pinceladas utilizadas, el color, su estética misma), pero su intención es puramente romántica. Hay una búsqueda de lo sublime en la experiencia de “la nada” misma. Esté artista hizo una apuesta más fuerte e intentó plasmar la incidencia del acostumbramiento a “la nada” misma que sentía al verse todos los días de su vida en la repetida escena de mirar su jardín.




“Las Nenúfares” son un conjunto de varios cuadros murales que envuelven la vista de las dos salas principales en Orangerie de las Tullerías. Es el resultado final de una composición de noventa metros de largo por dos de ancho. Monet trabajo en ellas durante mucho tiempo, decidiendo que en 1918, como homenaje a la victoria en la Primera Guerra Mundial, se la regalaría a su patria Francia para homenajearla. Trabajo en ellas hasta el final de sus días en 1926, y murió sin verlas expuestas en ninguna galería de arte. Elegí particularmente a “Las Nenúfares” por el encanto que me produjo leer sobre esta pequeña obsesión de Monet en terminar aquella obra y al empezar a atar cabos sueltos descubrí que quizás él haya tenido una etapa Romántica. Hice un exclusivo seguimiento de la historia de esta obra por internet y he encontrado que algunas críticas muy duras en el “tour de forcé” de “Las Nenúfares” de Monet. “Finas como para decorar las paredes de una Brasería” eran algunas de las palabras con las que los críticos hacían referencia al trabajo de Monet. Es que Monet no estaba en búsqueda de alguna de continuar con la ritualización de la maquina abstracta de significación impresionista . Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho, el público sigue contemplándolas extasiadas frente a su colosal tamaño y sus particulares pinceladas, quizás es la simulación la que los atrae (engendrada desde todo lo dicho y provocador que resultó su exposición post-mortem). La simulación conceptual de qué ahí está “la nada”, ese fue el peso que le dio en vida un artista de la talla de Monet. Quién para ese entonces tenía un gran prestigio y reconocimiento ¿Quién podía cuestionar acaso la palabra en vida y la intención del artista en dejar plasmada a “la nada” y así manifestar su plan por dejarla estática (destruyéndola) Me parece alucinante la forma en que conceptualmente el artista se justifica en retratar a “la nada”, el resto es solo un entrecruzamiento con mi lectura de Baudrillard y el efecto que la historia de esta serie de “las Nenúfares” ha producido en mí.

Y es que su efecto me resulta totalmente paradójico: durante noventa metros de largo por dos de ancho no hacen más que inmortalizar un estanque con flores, algún que otro árbol de pasada, pero nada más… Nada más.

¿Cómo un artista puede dedicar más de la mitad de su vida a pintar algo tan insignificante como un estanque? Una naturaleza muerta quizás hubiera sido más fácil de pintar y así representar “la nada” ¿Por qué semejante necedad?

La obsesión de Monet por sumirse en “la nada” lo llevo a querer sentirla de tal modo que pudiera reflejar el impacto de “la luz” en ella. Monet decide construirse este jardín al recibir un terreno en la ciudad de Giverny, para poder vivir en lo que esté jardín le producía. Y es por eso que creo que Monet, desde noviembre de 1893 hasta el final de sus días los pasó dedicados a semejante obcecación: Pintar “la NADA”.

Monet sabía perfectamente adónde quería llegar, para pintar “la nada” primero tenía que encontrarla. Encontrar ese territorio “real” (simulado de “su” nada) el cual lo llevaría a sentirla. Para ello construye su jardín de Nenúfares en su pequeño estanque. Simular es fingir lo que no se tiene, en este caso Monet nunca tuvo a “la nada”. Necesito simularla para tenerla, sentirla, y aun así simulo retratarla. De manera obsesiva Monet no dejo de perseguir esta “nada”, una nada con la que nunca tuvo contacto (o con la que nunca lo perdió). Paradoja entre la realidad y la hiperrealidad de la que ya nadie entiende: ¿Es la nada la que está en ese cuadro?

De esta manera, podemos decir que, lo que está en juego desde el principio es el poder de “la nada” como representación en la imagen, de un jardín que está construido a partir de una “nada” pensada, y segundo en la pintura misma, quién simula una “nada”, o es “la nada” misma. Asesinando al modelo inalcanzable de “la nada” ¿Podemos decir que intenta destruirla? Si me preguntan a mí, yo creo que Monet logro alcanzar lo que se propuso. Logro que simular “la nada” en su cuadro, hoy se habla de “la nada” en el cuadro de “Las Nenúfares”. No solo asesinar su propio modelo mental de la nada, al recrearla en su jardín; sino que logro asesinar la representación de su representación y dejarla simulada en un cuadro para la boca de todo el mundo. Y en eso, nos hace creer a todos que eso es “la nada”. Que ese cuadro es la nada. Y a todos los que nos gusta maravillamos al ver “la nada”, sentir la sublimación de la nada al estar frente a ella.

De modo que el arte de Monet, en esta obra, está irremediablemente contaminado por el espejo de la locura que él mismo ha colocado ante sí. “La nada” es su espejo invertido, porque la pregunta radicaría en: ¿Cuál sería “la nada”? ¿La recreación del jardín, “Las Nenúfares”, la misma nada que Monet pensó o de la que todos hablamos? Todos acaban siendo un co-relato del otro: por lo tanto simulacros.

A modo de resumen no estaría de más agregar que “la nada” en “Las Nenúfares” de Monet no resulta algo irreal, sino que esta transmutada al nivel de un simulacro, es decir, no pudiendo trocarse por lo real de “la nada” (la ausencia de todo) pero dándose a cambio de sí misma, dentro de un circuito ininterrumpido donde la referencia ya no existe.



Momento Kodak

Curiosamente le explicaba esta conclusión a un amigo en una charla mientras le mostraba las fotos que pude sacarle a “Las Nenúfares”, cuando caí en la cuenta de lo siguiente: Estaba certificando mi presencia en el museo de Orangerie de las Tullerías con fotos…


<>


“El sentimiento de soledad que acarreamos demanda un espejo a quién devolverle la mirada”, pensé por un instante. Estaba jugando a mostrarle algo “real” a Daniel cuando en realidad solo estábamos viendo la foto. El simulacro de aquel momento ¿Cuántas veces habré cotejado la experiencia de algún momento vivido contemplando a “la foto” como una documentación de algo real? La foto ya vale en sí misma y por sí misma, no hay más real que la foto. No habría referencia que remita al instante de la captura, por la razón de que la des-realización es puesta entre paréntesis bajo el disparo del obturador.

Parece que la foto viene a jugar un juego de vértigo constante: como si intentara, o tuviera el poder quizás, de liberar al instante real de su principio de realidad bajo su reproducción en la captura de la mirada.

Andrés Calamaro dice: “Hoy es hoy, ayer fue hoy ayer”, y en esa simple asonancia estúpida de hacer concordar “Ayer” con “Ayer” para permitirse con eso la rima clásica que el artista frecuenta en sus canciones, podemos decir que hay un intento (quizás no consiente) de reflejar que el instante es en el presente. Un presente que solo puede ser real en el instante en que transcurre, y que por la ambición fisgona del ser humano necesito de una utopía tecnológica como la de la cámara fotográfica para poder concretar su voluntad de capturar el momento. Pero en eso, debemos reflexionar sobre si es o no el instante el que se refleja en esa foto; o si podemos pensar con los elementos conceptuales de Baudrillard y decir que ya es otro momento: un momento a parte, que se vale de sí mismo y no necesita hacer referencia de otro. Es decir un simulacro.

Es como si existiera una reversibilidad, que es esta oscilación entre la identidad del “real” del momento y el extrañamiento que abre el espacio de la ilusión estética. Y esto es porque vivimos en un universo extrañamente parecido al original, donde podemos decir que nada existe por fuera de la Mediación. Nos movemos en un simulacro de realidad, es decir en una realidad virtual, donde los referentes reales no existen y solo tenemos la ilusión de su existencia por medio de la intervención de distintos dispositivos tecnológicos.


La Mediación de los objetos “reales”

En este mundo en donde la representación ha aniquilado al referente, sin que esa representación se conciba como artificial o mera reproducción, un nuevo mapa topográfico se ha producido: El simulacro. Mientras tanto el ruido continuo que generan, a veces, nos impide salirnos de la vorágine de la cual nos invitan a ser parte.
Baudrillard dice:
Antaño, el rey debía morir (también el dios) y en ello residía su fuerza. En la actualidad, el líder se afana miserablemente en la comedia de su muerte a fin de preservar la gracia del poder. Sin embargo, esta gracia se ha perdido ya.
Buscar sangre fresca en la propia muerte, relanzar el ciclo a través del espejo de la crisis, de la negatividad y del anti poder, es la única solución-coartada de todo poder, de toda institución que intente romper el círculo vicioso de su irresponsabilidad y de su inexistencia fundamental, de su estar de vuelta y de su estar ya muerto.

Esto se condice con que Daniel, podría haberme dicho que lo que mostraban mis fotos de “Las Nenúfares” no era verdad, de la misma manera en que algunos niegan la existencia de la guerra del golfo. A lo que tendría que haberle respondido, “Si, es verdad”.

Para los soldados, como para mí, el haber tenido contacto con el acontecimiento directamente, me lleva a un nivel que Daniel no puede tener. Los soldados desde el combate cuerpo a cuerpo, yo desde mi contacto sublimatico al cual me sometí en el momento de la contemplación de “Las Nenúfares”, pero ni Daniel, ni los ciudadanos de Norte América que no participaron directamente en la guerra pueden o tienen la capacidad para abstraerse a compartir esa comunión con el participante directo en el hecho. El encuentro con el evento permite, creo yo, la reminiscencia en el contacto con la foto, o el medio que fuera (transmisión televisiva, en el caso del soldado de la guerra del golfo).

“El medio es el mensaje” decía Marshall Mc Luhan, a lo que yo le digo que “el medio es la posibilidad de la simulación”. Sin mediación del instante, del acontecimiento, no existe simulacro.


Baudrillard dice:

“La simulación es el éxtasis de lo real. Basta con que contempléis la televisión: en ella todos los acontecimientos reales se suceden en una relación perfectamente extática, o sea, en los rasgos vertiginosos y estereotipados, irreales y recurrentes, que permiten su encadenamiento insensato e ininterrumpido”.


La realidad está en todo momento corrompida por signos. Es por eso que digo que esta mediada, nada hay por fuera de estas mediaciones. Los efectos de los simulacros inciden directamente sobre nuestras vidas, a veces en un sentido político. La fragilidad entre la libertad de lo que se elige y de lo que se toma a veces radica en este lugar: lo político dentro del medio simulado.

Sabemos que en algún punto los medios de comunicación son capaces de formar el sentido común. Encuentran argumentos dentro de una cadena lógica de razonamientos, los cuales la masa espectadora puede adoptar como sólidos en su construcción de la “realidad”, de los hechos, de la historia que viene a mostrarse como verdadera. Pero resulta una consecuencia retorica el tratamiento del sentido común, la vox populi ¿Un simulacro acaso? Me permitiría decir que los medios de comunicación son los nuevos sofistas del siglo XX y XXI. El poder de resistir a algo, se distrae frente a los juegos del simulacro. En la política todo vuelve a ser parte de la puja argumentativa, en el deseo: un agenciamiento colectivo dentro de una maquina de captura.






THE TRUMAN DOG-CHOW



Pareciera que nos alimentan desde los mismos medios que encarnamos, de los cuales somos parte, con comida para perros. Los medios de comunicación existen gracias a que están inmersos dentro de las continuidades mediáticas que han hecho posible su gestación. Como Mc Luhan nos ha comentado ya la televisión contiene al cine y a la radio, de la misma manera que el teatro como medio contiene a la literatura y a la expresión corporal, a esto se me refiero con las continuidades: los medios que se contienen y que hacen posible la utopía de otro medio (en primera medida) y su posterior realización (cosa que no implícita su utilidad).

Los medios desde su gestación utópica hasta su realización sufren millones de cambios gracias a los usos que se hacen de ellas. En el caso de la televisión argentina, en sus comienzos solamente se la pensaba como transmisora de algunos eventos en vivo: como ser la última aparición de evita desde el balcón frente a la plaza 25 de mayo. Y en esa utilidad comprobamos que no tiene mucho de diferente a la utilización que para la época se hacía de la radio.

Luego, ya para la década del 60, la televisión empieza a hablar de sí misma: comienza a recrear simulacros. Imitaciones a los programas de Doña Petrona, entre otras cosas, hacen que la televisión construyera su propio lenguaje acá en Argentina.

Bien, volviendo a lo que nos atañe, desde su gestación el medio televisivo (como ejemplo) estuvo tentado a hablar de sí y a construir simulacros. En el tratamiento de la noticia que los noticieros hicieron del caso de la “ley de medios en Argentina”: pareciera que todos caímos en una suerte de simulacros consensuados. El grupo clarín daba un tratamiento de la noticia que, al contraponerse con el tratamiento de la oposición, chocaba. Parecía que vivíamos dos realidades distintas. O quizás dos simulacros consensuados desde la opinión pública ofrecidos por las justas argumentaciones que cada informativo hacia dentro de la puja por la trinchera hegemónica. Por un lado teníamos a TN representando la voz de Clarín, y por el otro a 678 representando al gobierno.

Y nosotros comiendo argumentos “Dog-Chow” balanceados para que intentemos reconstruir algo desde las megalíticas opiniones contrapuestas. Otros países tienen las garantías de una pluralidad de más de dos voces en los medios, nosotros nos tenemos que conformar con estas dos. Son las que se pueden ahora.

Recuerdo a Jim Carey en esa película en donde toda su vida resultaba ser un reality show del cuál no podía salir. Sera cuestión de que se caigan los reflectores, veamos los loops de personas que están girando a la manzana, que se repiten una y otra vez; que podamos tener alguna conciencia por detrás de estos simulacros para no dejar que ellos nos gobiernen por completo. O al menos ser consientes de no existe tal realidad a la cual podamos llegar sin caer en otro simulacro ya.

1 comentario:

Anónimo dijo...

casi lloro

Fotograficamente

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Édouard Manet

Pintugraficamente

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Édouard Manet